Danza para niñas, más allá de la disciplina: “ellas también necesitan vivir”

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Danza para niñas, más allá de la disciplina: “ellas también necesitan vivir”

La primera vez que Luz Marina dio clase a niñas fue en Argentina, donde impartía clases en una comunidad de personas procedentes de Arabia Saudí, Cisjordania o Armenia. Posteriormente, cuando ya vivía en España, una profesora se quedó embarazada y empezó a sustituirla.

Iris, Miriam, Paula, Oriana, Diana, Sara, Kiara… son algunas de las alumnas de esta argentina, bailarina y profesora de danza oriental en Madrid. Sus edades oscilan desde los 4 años hasta los 12, aunque la mayoría tienen 8, 10 u 11. Han estado bailando con ella durante dos meses, dos años y medio o hasta tres.

La diferencia es que en su país “eran nenas de la colectividad, es decir, chicas que venían a aprender lo que ya bailaban sus madres, pero aquí en Madrid ninguna de las mamás de estas nenas baila danza oriental, así que primero hay que introducirlas en el contexto árabe, explicarles qué es la danza oriental y para qué sirve y luego ir enseñándoles los pasos”.

Una introducción al mundo árabe a través de la danza

Miriam nos cuenta que su padre es de Marruecos y allí bailan en las bodas, bautizos… “matan el cordero y bailan, solo las mujeres”. Eso sí, el pañuelo que aquí llevamos en la cabeza ellas se lo ponen en la cadera, nos dice. Otra de sus compañeras explica que le gustaba bailar en casa y por eso quería probar. Iris baila desde pequeña: “Me gusta aprender los pasos, disfrutar de las compañeras y jugar”, dice. También a Paula, cuya tía asiste a danza en la misma escuela, le gustan mucho las clases. En ellas aprenden a mover la cadera, a poner los dedos o colocar las manos… “Aquí se aprenden pasos, a jugar, danzar y divertirse”.

Para Luz Marina, en una clase de danza infantil lo mas importante es que las niñas se conecten con su cuerpo, con la alegría de bailar y con la música, que aprendan a escucharla. “Lo que más me importa es que descubran eso, la danza es una puerta hacia otras cosas”. En el caso de las adolescentes, cuyo cuerpo empieza a cambiar junto a su humor, sus gustos… a través de la danza se trata de ayudarlas a que acepten su cuerpo, descubran la amistad, acepten que hay veces en que las cosas te salen y otras no, pero que es parte del proceso el equivocarse o el que te cueste más una cosa que otra.

Con ellas también trabaja la parte de la técnica, de los pasos, aunque la de Luz Marina no es una clase donde hay una barra y la profesora las vaya a poner a hacer ochos… no es que vengan y yo les voy a enseñar los pasos y nada más, sino que se trata de introducirlas al mundo árabe valorando también que lo descubran ellas mismas”. Y es que su clase no es solo de técnica.

“La danza es una puerta hacia otras cosas”

“Digamos que les voy enseñando los pasos y viendo la dificultad que va teniendo cada una, voy avanzando y viendo sobre lo que cada una va aprendiendo”, explica. Aunque lo ideal sería que se impartiera dos o tres veces por semana, la clase es semanal, porque las niñas solo pueden asistir los sábados. “Dentro de lo que se puede, el objetivo que yo me marco es más grande pero bueno, también voy yendo con ellas, hay que fluir con todo, con la situación, que ellas también lo vean como parte de un repaso”.

Es una de las diferencias de la danza del vientre con el ballet clásico, donde siempre ha habido un gran nivel de exigencia en busca de la perfección. “Hay que encontrar el momento de exigir el paso, la cadera, uno, dos tres, porque también la disciplina es la columna vertebral, es fundamental. O sea, ni una cosa ni la otra, no que fluya tanto que al final no tenga un eje ni que sea tan rígida, sino ir trabajando entre las dos cosas, ni mucho de una cosa ni mucho de otra”. En su opinión, “las chicas tienen que sentir que las quieres, que también puedes cortar, marcar, pero tiene que haber una base de cariño, de confianza”.

“De mayor quiero ser bailarina”, confiesa la hija de Luz Marina, que ya de pequeña daba clases de ballet en Argentina. “Con ella trabajo mucho porque es mi hija y a veces está en el centro y a veces no, porque ella aquí es una más y a veces la reto más a ella que a las otras, o sea, a veces también soy injusta, aunque a veces está en la coreografía en el centro y a veces está en un lado, ella también tiene que aprender que uno puede estar en cualquier lado y que en cualquier lado te puedes sentir bien y llevar el grupo, ellas están ya todas acostumbradas, aquí es una más”, reconoce su madre. “Muchas veces en la clase me dicen: ‘¿tu hija cuál es?’ y a mí eso me encanta porque de alguna manera, es lo que yo trato en el grupo”.

La técnica sin el espíritu de la danza está muerta

Por desgracia, la danza del vientre se utiliza a menudo como una exhibición de la mujer objeto. “Para mí, la danza oriental es la iniciación femenina, de lo que es lo femenino. Eso es lo que les quiero transmitir a las nenas, que les quede ese sello. Les voy enseñando técnica, pero la técnica sin el espíritu está muerta”. Con las niñas, sin embargo, la clase es como un juego: “vamos a bailar lo que aprendemos, vamos a mover la cadera… hay cosas que a una nena no le enseñas. Yo hago un movimiento de brazos y con las mayores vuela la erótica, si se lo doy a las nenas hacemos un círculo de pecho o damos un pasito para atrás y nos imaginamos cualquier cosa. Digamos que no le pones esa carga para ellas. Hay que tener mucho cuidado con eso no desde el hablar, sino desde tu propia actitud”.

Se trata de trabajar con lo femenino, con la suavidad, con la postura… “yo siempre les hablo mucho de la postura como una postura interna, de respeto: saludamos cuando entramos y cuando salimos… Yo no estoy en plan: cuando vayamos ahí somos divas, yo les digo que cuando bailamos la gente va a ver la alegría y la inocencia de las niñas y que en ese momento bailen, disfruten y lo pasen lindo y se olviden de los pasos, que no estén pensando: ahora viene esto, ahora viene lo otro”.

En la danza hay también toda una historia con el tema del error, el hacer las cosas “bien” o “mal”. Para Luz Marina es todo más sencillo que eso: “las cosas suceden, me preparo y lo hago, pero el error es parte del aprendizaje: si se me cae el velo, ¿cómo hago para agarrarlo y que esté dentro del juego? Me olvido, ¿cómo hago para seguir?” Esa es su filosofía y la forma de enseñar que transmite en sus clases. “La disciplina es alucinante y ves que a una le sale mejor una cosa que a otra, nadie es mejor que nadie, porque lo mismo el que baila muy bien es una mala persona o es egoísta o no tiene en cuenta a los demás”.

“Cada niña viene a clase por motivos diferentes”

A veces un comentario te afianza más un trauma. Luz Marina tiene claro que ella no le va a generar un trauma “a una criatura: me ven todos los sábados, así que cuando vas a decir algo tienes que tener cuidado de cómo lo dices o qué dices porque a veces le dices a alguien: “¡ay qué hermoso tal cosa!” y tienes que tener en cuenta a los demás. Yo intento estar atenta, intento poder ir con ellas y causar el menos daño posible”, asegura.

Por eso tiene en cuenta las inquietudes de sus alumnas en clase: “cada una viene por motivos diferentes y después está el manejo que hacen las familias con eso. Hay familias que querrán que la chica baile en un montón de lados y que la pondrán como niña objeto, pero de alguna manera desde aquí lo vemos como un aprendizaje. Trato de sacar de ellas la mayor presión posible”.

Cuando detecta que una familia exige mucho a la niña, habla con la persona que la trae a clase para poder entrar en conversación y pedirles que la dejen que baile, que vaya sacando lo que tiene pero no que le digan: “mira qué bien que baila fulanita y tú no”. La gente sin querer comete esos errores y dicen: “qué bien baila tal” con la niña delante, así que a la profe le toca también educar en ese aspecto.

Adaptar las clases a las alumnas

“Cada una de las alumnas viene a clase por motivos diferentes. Una viene para socializarse porque es una niña que tiene problemas en el desarrollo, toma medicación y al principio era más antisocial, ahora es más de darme un abrazo, un beso, viene recontenta…” con ella Luz Marina trabaja más el afecto. “Para ella es un juego, todo es un juego, va aprendiendo los pasitos, se da cuenta de qué se trata, pero con ella tengo que estar más atenta de las cosas que quiere saber o de cómo se lo está tomando”.

Aunque ella siempre prepara la clase, también se adapta a lo que sus alumnas traen. Se trata de estar abierto a lo que sucede y utilizarlo para dar la clase. “No puedo imponer, a lo sumo en algún momento les digo a las chicas: “ahora la coreografía”, pero están pasando otras cosas que no es la coreografía, entonces hay que trabajar con eso porque es lo que traen”, explica. “Con las nenas sobre todo se trata de eso, cada una tiene lo suyo y no puedes no atender a lo que les está pasando, hay muchas cosas en juego. Se nota que ahí una está educando y está trabajando a la vez. Sí, quizás podía dar la clase simplemente diciéndoles: ‘bueno, del twist sacamos el paso básico’, pero pasan cosas entre ellas también”, nos cuenta.

“Cuando das clases a adultos, si vienes deprimida y yo te puedo decir: ‘bueno, vamos, tenemos que armar la coreografía’ y tú, como eres mayor te tragas las lágrimas y te pones, aunque lo mismo en toda la clase no aprendes nada porque estás con tu rollo de lo que te deprime. Por ahí quizás si tienes el espacio lloras, te descargas y después puedes conectar y que la clase te sirva para irte a otro sitio y procesar lo que te está pasando. Sin embargo, con niñas es distinto”.

Tener en cuenta la situación personal de las familias

Luz Marina también tiene en cuenta la situación personal de sus alumnas. Cada cierto tiempo tiene la posibilidad de tratar con las familias, así que se queda un rato después de clase y habla con ellas. “Tengo una nena cuyos padres están pasando una situación económica difícil porque tuvieron el tercer bebé”, por ejemplo. “A veces uno viene en su rollo, en su egoísmo una llega a imponer una historia y eso es algo que a mí me cuesta, es difícil”, reconoce.

“Me encanta la psicología que de alguna manera, es estudiarte a ti mismo y en ese estudiarte te acuerdas de las cosas que te pasaban cuando eras chico”. Asegura que ella también aprende de la situación. “También es mi aprendizaje, mi aprendizaje en la vida pasa por mi vínculo con las nenas, yo estoy aprendiendo de ellas, es aprender a escuchar, a pararte y ver lo que está pasando, ese es mi desafío, ser más sensible todavía: llegar, respirar y percibir lo que está pasando”.

Considera que es su trabajo: “es mi postura, lo que yo tengo que aprender, y por eso es a donde apunto”. Muchas veces, como la clase se queda corta, propone una actividad más allá de la escuela. “El sábado que viene nos vamos a patinar, el pasado nos fuimos al templo de Devod, porque ellas también necesitan vivir y aquí están todos enjaulados y encerrados y de alguna manera, es salir a otro ámbito a seguir interactuando y viviendo” que en definitiva, es de lo que se trata.

 

María Miret García @periodistia
Habilidades

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Publicado el

11/01/2021

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