Había oído hablar aquí y allá y me picaba la curiosidad. Tenía varios conocidos poliamorosos o explorando otras formas de relación así que quise saber más. Un amigo me invitó a un encuentro de poliamor en Madrid (España) y allá me fui. Fuimos, mis prejuicios y yo. A saber:

  • El poliamor es estar “todos con todos”. Nada más lejos de la realidad. El poliamor son, fundamentalmente, relaciones conscientes. Cada cual elije con quién o quiénes quiere estar en cada momento de su vida. Y eso cambia, como la vida misma. En un mundo plagado de parejas que “están por estar” o que aguantan por aguantar… no me pareció mala noticia, la verdad.
  • El poliamor es sólo sexo. Lejos de encontrarme en una orgía, me encontré con un grupo de personas hablando de afectividad, de vínculo, de emociones. Se trata de asumir que el desarrollo interior es la base de cualquier relación. De poner conciencia en aquello en lo que estamos, en cada instante.
  • El poliamor va de infidelidad. Todo lo contrario. En el poliamor, tener muchas parejas es siempre consensuado. Sí, las personas poliamorosas suelen tener más de una pareja; y no, el poliamor abarca también la anarquía relacional, con la que no me identifico.

El concepto que sí me entusiasmó fue el de diversidad relacional, que pasa por establecer otro tipo de relaciones. De ello se habló largo y tendido en el encuentro, incluyendo opciones como las de las personas asexuadas, sin ir más lejos, o que deciden mantener relaciones afectivas no sexuales. En mi grupo, por ejemplo, había una chica que había tenido varias relaciones largas de pareja sin sexo.

Después de la experiencia, puedo decir que no soy poliamorosa. Al menos por ahora, el poliamor no es para mi. Salí del encuentro enamorada de la diversidad relacional y firmo por unas relaciones conscientes construidas sobre la base del trabajo personal.

Y justo cuando acabo de escribir esta entrada conozco el trabajo de Sandra Bravo, periodista especializada en poliamor y autora del libro Todo eso que no sé cómo explicarle a mi madre.