Me recibió una señorita no especialmente amable, que me acompañó a una sala de espera no demasiado acogedora. “Espera aquí”, me dijo, hasta que volvió para llamarme. Me acompañaron por un pasillo hasta un cuarto en el que debía quitarme la ropa para ponerme una bata nada bonita antes de pasar a hacerme la prueba. Y entonces, cuando estaba a punto de subir a la camilla, descalza y semidesnuda, lo sentí.

La experiencia fue menos desagradable que el día que me citaron para una consulta de ginecología en un hospital público de Madrid. La larga espera en un pasillo abarrotado de gente, con apenas tres asientos de plástico en los que nunca pude sentarme, fue lo de menos cuando vi aquel cuarto desangelado en el que tenía que, una vez más, quitarme la ropa. Me costó pisar descalza aquel suelo plastificado y apenas pude mirar el sillón, más parecido a un potro de tortura, en el que cubierto de papel de estraza (o similar) tendría que sentarme. Lo peor quedaba tras la siguiente puerta, donde una fila de camillas una junto a la otra, solo separadas por minúsculas cortinas, esperaban a mujeres para abrirse de piernas. Nunca pude entender cómo se supone que una mujer pueda dilatar sin la más mínima intimidad, ya sea para parir o para hacerse una ecografía vaginal. Y entonces, lo volví a sentir.

Por aquel entonces yo ya tenía a mi alrededor a varias mujeres cercanas que habían pasado un cáncer de mama. En mi caso iba tranquila a ambas consultas, en ambos casos a hacerme pruebas rutinarias. Y sin embargo, no pude dejar de pensar lo que sería llegar preocupada a la consulta. Lo que sentirías al desnudarte si tuvieras metido en el cuerpo el miedo a un mal diagnóstico. La soledad que se siente cuando una señorita no muy amable te recibe para sentarte en una sala cuya única compañía son algunas revistas “femeninas” y otras mujeres con tanto miedo en el cuerpo como tú.

Lo sentí y pensé que no sería tan difícil convertir esas salas “de espera” en salas “de estar”, como bien dice mi querido Gabi Heras acerca de la humanización del sistema sanitario. Pensé que no costaría tanto recibirte con una infusión caliente, además de buenas lecturas y algo de compañía cálida. Sentí cómo cambiaría que esa u otra señorita te diera la mano al tenderte sobre la camilla o te dijera unas palabras de aliento.

Cuando el Consejo General de Colegios Oficiales de Médicos (CGCOM) considera muy desafortunado el concepto de “violencia obstétrica” por tratarse de un término “alejado de la realidad”, la experiencia de muchas mujeres en las consultas de ginecología y obstetricia es otra bien distinta. Algunas, como Mónica Felipe-Larralde, están “hasta el coño“, mientras profesionales como el doctor Salvador Casado no tienen tan claro que no exista el encarnizamiento médico con las mujeres, como escribe en este post de su blog. Si queremos que algo cambie, lo mismo podemos empezar por transformar la relación médico-paciente en una de confianza y las consultas en un lugar confortable.