La noticia de la celebración de una asamblea durante la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid entre jóvenes católicos y laicos me confirma que otro mundo es posible y demuestra que hay muchas personas de buen corazón y sana intención. El «abrazo colectivo» entre indignad@s y peregrin@s es una muestra de que todos y todas estamos en el mismo barco. Y como adultos/as, podemos hablar de cualquier cosa, como han hecho los miembros del 15M y los participantes en la JMJ debatiendo sobre la visita del Papa en Sol.
Aplaudo el comunicado de Democracia Real Ya manifestando su respeto a las diferentes creencias religiosas: “unos somos creyentes, otros no. Pero todos estamos preocupados e indignados por el panorama que vemos a nuestro alrededor” e invitando a gente de toda convicción a informarse de su lucha «contra la injusticia económica, política y social». Doy por hecho que los jóvenes católicos, si además son cristianos, son los primeros interesados en participar en esta construcción de un nuevo orden social. Que una vez más, ha comenzado a través de las redes sociales, con la creación del «hashtag» #JMJ15M. Porque son más las cosas que nos unen que las que nos separan, porque este movimiento ha de ser de todos y de todas y porque esto es el comienzo del cambio a un mundo mejor.
Defiendo la resistencia pacífica y me gusta más hablar de cambio que de lucha. Por supuesto, no se puede ser pacífico si no se cultiva la paz interior, que es una pieza clave de la salud, entendida de una forma integral -salud física, salud mental y salud emocional-. Y la salud, como la enfermedad, es un camino que solo cada cual puede transitar, sin que nadie pueda recorrerlo por ti -sí acompañarte en el trayecto-, como nadie puede vivirte la vida.